Traigo a mi blog de coaching el artículo «Votar es bueno para la salud (mental)», publicado en el suplemento «Buenavida» editado por «El País» en el que se analizan los efectos psicológicos que hay detrás de la decisión de votar y los efectos placebos que ello tienen para nuestras salud mental.

Incluyo link de acceso directo: http://elpais.com/elpais/2015/12/09/buenavida/1449665826_601875.html

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Los expertos parecen coincidir en que no es posible reducir a un solo motivo lo que nos hace salir de casa a expresar protestas, quejas y reivindicaciones. Israel Rodríguez, profesor de Estudios de Psicología de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) y experto en movimientos sociales, alude a un cóctel de distintas variables para explicar la movilización y participación política. “Sin duda, intervienen factores macrosociales como la crisis económica, pero también encontramos otros elementos más apegados a la realidad cotidiana de cada persona como la pérdida de trabajo o una experiencia previa. En todo caso, movilizarse siempre tiene algo de sorpresivo e imprevisible, incluso para uno mismo”.votar es bueno

El antropólogo Fernando Monge, profesor de Antropología Social y Cultural de la Facultad de Filosofía de la UNED, también cree que son múltiples las causas que nos llevan a dar el paso a la acción. Sin embargo, matiza este argumento haciendo hincapié en un aspecto que considera determinante: el contexto. “Lo que realmente dispara todas las razones que nos movilizan, sean las que sean, son las circunstancias en que se producen”, afirma.

¿Convicción o contagio emocional?

Pero, si para entender el proceso de las movilizaciones es necesario examinar qué las provoca, también hay que tener en cuenta las emociones que mueven a sus protagonistas. Uno de los ejemplos que evidencia el peso de este factor son las manifestaciones del 12 de marzo de 2004 como reacción a los atentados perpetrados en Madrid el día anterior. “No hay duda de que todos los manifestantes salieron a la calle a expresar su repulsa a la violencia. Pero a ese denominador común se unieron muchos otros factores de carácter individual muy difíciles de contemplar en un análisis de este tipo de fenómenos”, opina el antropólogo.

El hecho de que las manifestaciones del 11-M hayan sido las más multitudinarias de la historia reciente de España permite concluir que el terrorismo ha supuesto el principal motivo por el que los españoles salieron a la calle. La nueva y creciente sensación de vulnerabilidad que nació entonces albergaba una de las emociones con mayor capacidad de convocatoria: la ira. Así lo afirma la filósofa María Ángeles Quesada, cofundadora y directora de equanima.org. En la actualidad, añade, las movilizaciones se producen en su mayoría por contagio emocional o por seguir lo políticamente correcto: “En ocasiones algunas emociones no son realmente nuestras, sino que nos las contagia la masa, y en otras nos movilizamos sin emoción ninguna, forzando una acción por la presión social o por el deber que nos imponen o nos autoimponemos”.

Quesada cree que el contagio emocional y la empatía hacia las víctimas del 11-M y sus familiares fueron dos de los factores determinantes que explican su extraordinaria afluencia. Sin embargo, ¿por qué no mostramos con la misma intensidad la alegría que supuso el abandono de la lucha armada por parte de la banda terrorista ETA? La filósofa lo justifica a través del escepticismo, el miedo y la paz interior. “Tanto dolor e incertidumbre que hubo durante el proceso de dejar las armas hizo que la recepción de la noticia por parte de la gente fuera escéptica”, reflexiona.

El denominado movimiento de los indignados o 15-M, que surgió en 2011, también sirve como ejemplo de la importancia de las emociones a la hora de echarnos a la calle. Algo que celebra el psicólogo Israel Rodríguez, “puesto que la idea de que nos movemos solo pensando en costes y beneficios dejaba de lado toda la riqueza de los afectos y emociones”.

Un buen líder incrementa las cifras

Las referencias al papel que juegan la sugestión, la persuasión, el contagio o incluso la manipulación, el psicólogo las percibe como un prejuicio muy extendido. “Tiene que ver con la idea de que el individuo racional pierde su civilidad cuando sus pasiones e impulsos más irracionales e inconscientes salen a la luz en manifestaciones y protestas. Esa excitación que se vive en estas situaciones sería sobre la que líderes carismáticos o personas con determinados intereses ejercerían su influencia sobre la masa”, indica.

Pero, aunque este investigador de la UOC reconoce que el éxito de algunas movilizaciones puede deberse a la influencia de personas o instituciones, “nada justifica que califiquemos a los participantes como fácilmente influenciables y tampoco lo contrario”. Según el psicólogo, “todo apunta a que encontraríamos un número muy similar de personas activas políticamente, y de quienes pertenecen a lo que algunos líderes políticos llaman mayoría silenciosa”.

Quesada puntualiza: “Aunque partidos y medios de comunicación se valgan de las movilizaciones sociales para sus intereses, es responsabilidad del individuo, primero, y de los colectivos después, agruparse en torno a las cuestiones reflexionadas. Si no, seguiremos haciendo justicia a la crítica feroz de Ortega y Gasset y muchos otros autores contemporáneos sobre la estupidez de las masas”.

Votar sí sirve de algo

¿Y qué interviene cuando nos acercamos a las urnas? Tanto si nos expresamos en una manifestación, como si lo hacemos con nuestro voto en unas elecciones, “la gente solo se moviliza masivamente si cree que su participación tendrá algún efecto”, asegura el antropólogo Fernando Monge: “Si las pasadas elecciones catalanas registraron un elevado porcentaje de participación fue porque la mayoría pensaba que su voto podría influir en el devenir de los acontecimientos”.

En este sentido, Quesada supedita el índice de participación de las elecciones generales que se celebrarán el próximo día 20, a la voluntad de unos ciudadanos para quienes el derecho al voto es más un deber que una decisión propia. “Por esto, cualquier pequeño obstáculo podría intervenir en la voluntad personal y, en última instancia, en la afluencia a las urnas”, observa. Emociones, empatía, colectivo… Todo un cóctel que cualquier psicólogo le recomendaría practicar.

6 DÍAS EN LOS QUE INVADIMOS LA CALLE

¿A cuántos ciudadanos movilizó la guerra contra Irak? ¿Y el vertido del Prestige? Si la salud democrática de un país dependiera del número de manifestaciones celebradas, algunos sucesos en la historia reciente de España podrían servir de termómetro.

12/03/2004/ “Todos íbamos en ese tren”

Cerca de 11 millones y medio de personas salieron a las calles de numerosas ciudades españolas para condenar los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.

14/07/1997/ El Espíritu de Ermua

El asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en el Ayuntamiento de Ermua, a manos de ETA, movilizó a 1.500.000 personas en Madrid y 1.000.000 en Barcelona. Al día siguiente, hubo 500.000 manifestantes en Sevilla y 300.000 en Zaragoza.

15/02/2003/ “Paremos la guerra”

Cientos de miles de ciudadanos participaron en 55 manifestaciones contra la guerra de Irak. En Madrid más de un millón, en Barcelona alrededor de 1.300.000, y en Valencia cerca de medio millón.

23/11/2000/ “Catalunya per la pau. ETA no” (Cataluña por la paz. ETA no)

Por las calles de Barcelona se manifestaron 900.000 ciudadanos que quisieron mostrar su repulsa por el asesinato del exministro Ernest Lluch por parte de ETA.

02/02/2003/ “Agua para todos”

Alrededor de 600.000 personas salieron a la calle en Valencia a favor del Plan Hidrológico Nacional bajo el lema ‘Agua para todos’.

23/02/2003/ “Nunca Máis”

Unas 100.000 personas, según la Delegación del Gobierno de Madrid, y más de un millón según la plataforma Nunca Máis, protestaron contra el vertido del petrolero Prestige.