La RAE (Real Academía Española) define la palabra “expectativa” como “posibilidad razonable de que algo suceda” o “esperanza de realizar o conseguir algo”.
Posibilidad o esperanza, parecen términos alejados de la certeza …”es posible”, “tengo esperanza de que determina cosa ocurra”, sin embargo ¿por qué nos invade la frustración, cuando determinada expectativa no se cumple?.
Cuando una expectativa te ocupa, estás esperando que suceda un resultado determinado, tienes expectativas respecto a tu pareja, sobre tus amigos, tus compañeros de trabajo o, incluso, con la empresa de la que formamos parte… pero ¿qué pasa si esas expectativas no se corroboran?.
Rabia, tristeza, frustración… son emociones que suelen aflorar ante una expectativa no cumplida, y más grandes serán aquellas cuanto más importante sea ésta para cada uno de nosotros.
Hay un factor determinante del que carecen muchas de las expectativas que vivimos, se trata de la falta de acción; para alcanzar algo concreto debemos actuar con determinación para conseguir lo que deseamos y queremos. La acción es lo que marca diferencia entre vivir en un mundo de expectativas y evolucionar hacia un mundo de compromisos.
Desde el coaching ontológico se trabaja la distinción “Expectativas Vs. Compromiso”, buscando elevar el rendimiento de las personas, tal como afirma Tim Gallwey: “…el exceso de control, de expectativas, de juicios es lo que disminuye el rendimiento, sobre nosotros mismos y sobre los demás”.
Demos un paso más, intentemos clasificar los tipos de expectativas, de una parte tenemos expectativas respecto los demás, esperamos que hagan determinadas cosas, de determinadas formas; por otra parte tenemos expectativas respecto a nosotros mismos: debo hacer esto o conseguir aquello; y también tenemos expectativas respecto a cosas que esperamos sucedan: quizás golpes de fortuna, que la suerte nos sonría, etc…
Empezando por este tercer tipo de expectativas, ¿podemos hacer algo para conseguir que nos toque la lotería?: evidentemente poco más que comprar un décimo, siendo conscientes de la limitada posibilidad inherente a conseguir un premio en un juego azar. Imaginemos a alguien que ambicione llegar a ser presidente del Gobierno, o ministro, parece razonable que el primer paso de esa persona debería ser afiliarse a una formación política y desarrollarse dentro de ella.
Respecto las expectativas sobre nosotros mismos, con frecuencia las enunciamos desde conversaciones interiores que empezamos con frases del tipo de “tengo que “ o “debo”, que solemos acompañar de “no puedo” o “no soy capaz”. Debemos ser cautelosos a la hora autoponernos objetivos, asegurándonos que estos sean asequibles y estén alineados con nuestras capacidades y disponibilidades, identificando, e implementando, los aprendizajes necesarios. Nadie te conoce como tú a ti mismo, optimiza tus fortalezas, minimiza tus debilidades y respóndete con honestidad sobre lo que quieres hacer y para qué.
¿Qué sucede cuando esperamos que alguien haga lo que esperamos de él?, ¿cuándo esperamos ese justo ascenso a nuestros esfuerzos y desvelos? y todo ello no sucede, mientras dentro de nosotros habita un exceso de “yo espero”, “yo creía”, “yo supongo”, “yo había dado por hecho”, etc… que nos instala en la angustia, en la ansiedad, en la desesperación e, incluso, en la rabia y el resentimiento. De nuevo la respuesta está en la acción y en el compromiso.
En el coaching ontológico decimos que la realidad se crea desde el lenguaje, y esas expectativas debemos transformarlas en conversaciones y expresar nuestras necesidades ante las personas adecuadas para que sean conocedoras de ello, a través de los actos del lenguaje: peticiones, afirmaciones, declaraciones, ofertas y promesas.
¿Quiere esto decir que todo lo que seamos capaz de expresar como peticiones lo conseguiremos?, evidentemente no, pero expresándolo hemos transformado nuestra expectativa en compromiso, hacia nosotros mismos, poniéndonos en la acción y habremos obtenido la retroalimentación del resto de agentes que operan en relación a ello; lo podremos conseguir o no, pero habremos abandonado la angustia y avanzaremos en la propia aceptación tanto propia, como respecto a los demás.
Humberto Maturana, referente en el mundo del coaching ontológico, dice que: “…la angustia está relacionada con las expectativas y se suprime eliminando las exigencias”.
¿Merece la pena vivir angustiado por las expectativas?, recuerda que acción y compromiso son las claves para evitarlo…¡actúa!.
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