Hace tiempo conocí a una persona que se definía a sí mismo como más racional que emocional, queriendo evidenciar que ante cualquier planteamiento que derivase en una opción o elección, priorizaba el raciocinio cerebral por encima de lo que señalasen sus sentimientos o sus emociones.
Sin embargo recientes investigaciones científicas han acreditado que el cuerpo humano posee células nerviosas (y neuronales) más allá del cerebro, exactamente en el estómago y en el corazón, hasta llegar a afirmar, que realmente tenemos tres cerebros. Identificando que cualquier suceso que acontezca a nuestro alrededor, provocará un primer impacto en nuestro organismo a través de las redes neurológicas del tracto intestinal, produciendo una sensación similar a hormigueo en el estómago y desatando una reacción visceral que, posteriormente, será valorada en el corazón, para finalizar siendo analizada, desde la consciencia, en el cerebro craneal.
Se piensa no solo con el cerebro, sino también con el corazón y con las tripas.
La actividad cerebral del estómago fué acreditada por el doctor Michael D. Gershon, en 1999, confirmando que el sistema nervioso digestivo tiene su propia actividad cerebral e inteligencia, además de señalar un campo de especial relevancia, a través de la serotonina, una de las principales hormonas de la serenidad, la calma y la sensación de bienestar, la cual disminuye cuando no se come, incrementándose la agresividad. El 90% de la que produce nuestro organismo, se produce en el aparato digestivo, mientras que, solo, el 10% restante se produce en el cerebro craneal.
Gershon acreditó la existencia de un cerebro en nuestro aparato digestivo, situándolo en las capas de tejido que forran el esófago, el estómago, el intestino delgado y el colon, influyendo en nuestro estado de ánimo y sobre la salud; nombrándolo como cerebro entérico y relacionando que un mal funcionamiento de éste, afecta la capacidad del cerebro craneal.
“No solo pensamos y sentimos con la cabeza. También tenemos neuronas en el corazón y el estómago. Nuestro cuerpo es un todo que debemos cuidar parte a parte” (Jorge Bucay)
Quizás puedas identificar en ti mismo el recuerdo de algunas experiencias en las que una determinada angustia, la hayas podido identificar con una cierta sensación en la boca del estómago, puede haber sido al enfrentarte a un reto, a un examen, a una entrevista de trabajo e incluso ante una cita…hasta hacerte preguntas a ti mismo del tenor de ¿qué me pasa en las tripas?, ¿por qué tengo este nudo? e incluso utilizar la metáfora de sentir “mariposas en la barriga” debido a los efectos de un enamoramiento. El origen de esas sensaciones está en la actividad cerebral de las células nerviosas ubicadas en tu aparato digestivo.
Pero el corazón también tiene su propia actividad cerebral, de hecho el corazón se desarrolla, en el feto humano, antes que el cerebro craneal y que el propio sistema nervioso.
“El corazón tiene razones que la razón no entiende” (Blaise Pascal)
La comunicación del corazón con el cerebro craneal y con el resto del cuerpo humano, se desarrolla a través de los latidos del corazón, que tienen sus propios patrones, así los sentimientos negativos, como la frustración, el resentimiento o la ira, están directamente relacionados con un errático ritmo cardiaco, mientras que los sentimientos positivos, como el amor, la gratitud o el aprecio, tienen relación con un ritmo cardiaco con un patrón de actividad ordenado y coherente.
El equilibrio entre la actividad cerebral del corazón y el cerebro craneal, a través del cortex, nos conecta con la empatía y la sociabilidad, y da lugar a la creatividad y la intuición. Cuando hay desequilibrio aparecen problemas relacionados con la tristeza.
La actividad cerebral de nuestro organismo se canaliza desde estos tres cerebros: el craneal, el corazón y el estómago, y debemos entenderla, y aceptarla, desde su “completud” que es un término muy utilizado en el mundo del coaching, aunque la palabra correcta, según la RAE, sería “completitud” (cualidad de completo).
“Debemos intentar no convertir al intelecto en nuestro dios, es cierto que cuenta con fuertes músculos, pero carece de personalidad. No puede dar órdenes, sólo servir” (Albert Einstein)
¿Como podemos ayudar a que nuestros tres cerebros trabajen sincronizadamente?. La respuesta a esa pregunta forma parte de los hábitos saludables de la humanidad en técnicas milenarias practicadas a lo largo de los tiempos, como el yoga o la concentración, y se logra, básicamente, poniendo la consciencia en el acto de la respiración, haciéndolo con actitud, e incorporando a ese hábito la identificación de cada uno de nuestros cerebros, igual que de cada de una de nuestras restantes partes del cuerpo.
Nuestra vida, con nuestras decisiones y nuestro comportamiento, carecería de sentido sin las emociones y ellas influyen, de manera determinante, en nuestra manera de razonar y de reflexionar, por eso no se puede decir que pueda primarse un comportamiento exclusivamente racional como decía aquella persona respecto a si mismo. La “completud” cerebral del ser humano actúa de forma coordinada entre nuestros cerebros, activándose en primera instancia las redes neuronales del estómago, a continuación las del corazón, antes de activar la consciencia desde el cerebro craneal.
Quizás la clave, como tantas otras veces, la supo ver Albert Einstein, varios años antes de que la ciencia demostrase la existencia de los tres cerebros que habitan el cuerpo humano, cuando fue capaz de enunciar que: “Debemos intentar no convertir al intelecto en nuestro dios, es cierto que cuenta con fuertes músculos, pero carece de personalidad. No puede dar órdenes, sólo servir”.
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