Hace unas semanas observé una secuencia de hechos en el gimnasio al que suelo acudir, que me llamó la atención de forma intensa.
Al ir de forma periódica, y frecuente, a esas instalaciones, las personas nos tenemos ubicadas, aún sin conocernos de una forma real, muchas veces ignorando incluso los nombres de quienes tenemos a nuestro alrededor casi a diario. Lo cual nos lleva a tener identificados a esos “otros”, a través de alías o de calificativos, en forma de “etiquetas”, que nos resultan cómodos de utilizar para nosotros mismos.
Pues bien, tres de esas personas que, sin conocer, tengo identificadas, interactuaron entre sí, presentándome ante mis ojos una curiosa escena.
“Odioso para mí, como las puertas del Hades, es el hombre que oculta una cosa en su seno y dice otra” (Homero).
En primer lugar presentaré a los protagonistas de la secuencia: “A” es una monitora del gimnasio, que en ese momento estaba al cuidado de la sala de “fitness”, “B” es un hombre próximo a los 70 años, asiduo diario a las instalaciones y “C” es otro hombre, sobre los 40 años, no tan asiduo como “B”, pero habitual, un punto acelerado, trasladando siempre sensación de que no dispone del tiempo que necesitaría, pero satisfecho consigo mismo con los resultados que sus cuidados físicos tienen en él.
Los hechos fueron los siguientes: “B” estaba ejercitándose en una de las maquinas de musculación, y al ir a beber agua, “C” ocupó la maquina en la que estaba “B”, quien al volver, recriminó a “C” por no haber respetado su turno, siendo evidente que la maquina estaba ocupada, pues sus pertenencias (toalla, llave de rutina, etc…) permanecían en ella; a lo que éste respondió con un tono de voz más elevado de lo normal, que terminó por hacer desistir a “B”, quien optó por acudir a la “A”, como responsable de la sala, para quejarse del comportamiento de “C”.
“A”, con aparente diligencia, se dirigió a “C”, éste le hizo todo tipo de comentarios sobre lo cantidad de tiempo que hacen perder personas como “B” en el uso de las instalaciones de gimnasio, lo cual admitió sin ninguna matización, volviendo a ubicarse en su puesto de supervisión de las instalaciones, un momento antes del regreso de “B”, a quien le dijo que ya había advertido a “C” sobre su compartimiento, amonestándole a futuro en caso de reiteración, siendo ello tan falso como su admisión de los argumentos de “C” ante su requerimiento.
“El hombre emplea la hipocresía para engañarse a sí mismo, acaso más que para engañar a los otros” (Jaime Balmes)
“A” dió la razón tanto a “B”, como a “C”, en los momentos en los que habló con ellos, siempre evitando la puesta en común, de los tres sobre los pequeños hechos que habían sucedido, sin abordar el problema y sin construir el necesario clima de convivencia a futuro.
Evidentemente lo ocurrido no pasa de una anécdota, pero la pregunta que me hice, y que me sigo haciendo, es si ese compartimiento no es el síntoma de una cierta hipocresía social que nos invade, donde “Se hace lo contrario de lo que se dice hacer”, quizás para evitar los conflictos corto, pero gangrenando las relaciones entre personas de diferentes pensamientos, ideas o creencias, limitando la interactuación, en exclusividad, a los que piensan igual entre sí, sin capacidad de argumentar, contra-argumentar o realizar el intento de convencer al que piensa diferente.
“No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto” (Aristóteles)
Volviendo a tomar el ejemplo del caso real que he relatado, es más que seguro que “A” se autodefina en sus propios círculos como una persona sincera, no hipócrita, que aplica en su vida lo que predica, pero una cosa es lo que decimos hacer, cada uno de nosotros, y otra lo que realmente hacemos.
En las relaciones sociales al interactuar con terceros cuando lo que decimos no está alineado con lo que realmente hacemos, entraría en el calificativo de hipocresía, que según la RAE (Real Academia de la Lengua Española) se define como: “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”, pero desde el mundo de la psicología aplicada y el coaching tiene mucho interés trabajar con aquellas personas que en sus comportamientos hay una gran diferencia entre lo que dicen hacer y lo que, realmente, hacen, a veces sin ser conscientes, al 100%, de lo que les está sucediendo, lo cual podríamos calificar como una auto-hipocresia inconsciente, por ejemplo en alguien que considerándose deportista, no entrena lo suficiente y nunca se marca objetivos, o el caso de alguien que alardeando de ordenado, esquemático y rutinario (en el buen sentido) vive en el caos. Casos en los que sería necesario la ayuda de un tercero que le aporte consciencia, le ayude a identificar hacia dónde quiere ir, realmente, y le recabe, con compromiso, una ruta de mini objetivos secuenciales que le lleven hasta la meta cuyo fin le rete.
“Yo tengo más respeto para un hombre que me permite conocer cuál es su posición, incluso si está equivocado. Que el otro que viene como un ángel pero que resulta ser un demonio” (Malcolm X)
Decía Malcolm X (uno de los más influyentes afroestadounidenses en la historia, de nombre original Malcolm Little) que “Yo tengo más respeto para un hombre que me permite conocer cuál es su posición, incluso si está equivocado. Que el otro que viene como un ángel pero que resulta ser un demonio”, y el verdadero reto social en esta época que vivimos sería el de recuperar la autenticidad del individuo y dotarle de las herramientas para defender con honestidad su posicionamiento, siempre legítimo, sin hipocresía.
Y en el plano personal alinear lo que se dice querer hacer, con lo que, realmente, se hace. Revisa tus motivaciones, decide hacía donde quieres ir, con compromiso. Vive, decide, exprésate …y no te inhibas.
Artículo publicado por @elespanolcom el 26/03/2019: https://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20190326/hace-contrario-dice-hacer/386281369_7.html
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