Al iniciar mi actividad como formador, compartí una conversación con otro compañero que, en ese momento, acreditaba la experiencia que a mi, entonces, aún me faltaba, y en ella me planteó un curioso juego.
Me dijo que observase que en cualquier grupo de alumnos siempre se repetían los mismos roles: el simpático, el distraído, el pícaro, el espabilado, el hablador, el líder en la sombra, el torpe, el “pesado”, el listo y el “listillo” (con características diferentes entre ellos), el tímido, el vago, el empollón, el despistado, el inteligente, el chivato, el “pelota”, etc…; hasta el punto de que si entremezclásemos a los miembros de varios grupos diferentes entre si y los volviéramos a distribuir, en cada grupo volverían a aparecer los mismos roles, aunque fueran protagonizados por personas diferentes. Su sugerencia nos sirvió para compartir experiencias, durante bastante tiempo después, sobre ello, aunque al recordarla hoy tengo una muy diferente percepción a la que entonces me produjo.
Revisa tus etiquetas: ” Si juzgas un libro por la portada, te puedes perder una gran historia”.
¿Se repetían realmente esos roles o era la necesidad de quien adjudicaba esas etiquetas, dentro de las personas que formaban parte del colectivo que tenía delante?.
Aquella anécdota vivida a la hora de realizar una clase académica o una conferencia, escenifica lo que se ha convertido en un hábito muy extendido en nuestra sociedad, en la última época, en el ámbito social general, asignando etiquetas en base a los comportamientos o actitudes de las personas con las que nos vamos encontrando a lo largo de nuestro día a día.
Definir a una persona a través de una “etiqueta”, limita a quien la recibe y a quien la asigna, porque las personas, los seres humanos, somos mucho más que una definición; por ejemplo el niño, que en una clase, pasa por ser vago, cuando, quizás, lo que subyace debajo de ese comportamiento, de su “estar siendo”, tiene que ver con una falta de motivación, cuyas causas su profesor, o tutor, debería gestionar; lo mismo puede suceder con un deportista cuyo rendimiento, a ojos de su entrenador, se aleje de sus posibilidades reales. En ambos casos la adjudicación de la etiqueta limita el rendimiento del estudiante o deportista, asumiendo que “es” como tal, cuando lo único que hay es una calificación respecto a su “estar siendo” que es perfectamente modificable con el compromiso adecuado para ello.
Pero aún hay un ripio más en el uso de las etiquetas, que es cuando no son los demás quienes las asignan, sino cuando es uno mismo quien se autoimpone determinada etiqueta, limitando su propio desempeño, no siendo conscientes que no somos de una determinada manera estática, sino dinámica, y que los actos que hacemos en cada momento, nuestro “estar siendo”, depende de muchos factores: situación, entorno, temporalidad, etc…
Hablemos de comportamientos, nunca de identidades.
Intenta recordar si en alguna ocasión has llegado a pensar que alguien de tu entorno no es de fiar, quizás a partir de esa reflexión hayas adoptado acciones que le demostrarán a esa persona que no es digna de tu confianza, con lo que ella también se mostrará desconfiada hacia ti; de tal modo que esa etiqueta que has utilizado se verá reforzada con hechos que confirmarán tu diagnostico. Este mecanismo que ratifica juicios, que tienden a convertirse en profecías que se autocumplen, es lo que se conoce como el “efecto Pigmalión”.
No somos inamovibles, como una piedra, sino maleables como el barro sobre el que trabaja el alfarero, en el que el paso del tiempo actúa como tal. Siendo conscientes que no somos de una manera determinada siempre, las etiquetas no nos limitarán y estaremos, permanentemente, en un proceso de descubrimiento de nosotros mismos, creciendo como personas.
Cada uno de nosotros seremos lo que queramos ser, por ello es imprescindible positivizar nuestros pensamientos sobre nosotros mismos, sin caer en las etiquetas que otros nos quieran imponer, y evitando las auto-etiquetas que nos puedan limitar. Cree en tí, quiérete y no intentes verte reflejado en definiciones excesivamente simplistas. Somos seres humanos, y por tanto complejos, no tenemos una definición concreta, porque estamos en un continuo crecimiento, y en permanente cambio personal.
En el mundo digital que ya forma parte de nuestra cotidianidad, hay una lucha permanente por crear nuestra propia marca personal, lo que se conoce como “branding”, en un anglicismo, y podríamos decir que todo ello tiene que ver con una cierta etiqueta con la que queremos ser reconocidos voluntariamente, pero incluso en ese ámbito, tiene interés reseñar la capacidad de cambio que, siempre, tenemos sobre ello.
No “somos” de una cierta manera sino que “estamos siendo” de esa manera
Como seres humanos que somos, todos podemos ser cobardes en un momento, y valientes a continuación; egoístas un día y los mas generosos en otro; inseguros en una ocasión y los más decididos en el día adecuado. Confía en tu propia capacidad para ser de muchas formas distintas, date permiso para ser lo que quieras ser en cada momento …¡y haz lo mismo con los demás!.
Decía Aristóteles que “…somos más dados a juzgar que a explorar”, permítete buscar, comprender, entender y evita limitarte, y limitar, a los demás a través del exceso de juicios, pensando, antes de hacerlo, ¿qué puertas te abres, y cuales te cierras, al etiquetar de una determinada manera a una persona …incluso a ti mismo?.
Piensa que etiquetas quieres para ti mismo y elígelas; deja que los demás hagan lo mismo, y elimina las que no quieras. Todo ello está en tu mano.
Artículo publicado en @elespanolcom el 21/03/2017: http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20170320/202299770_7.html
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