En una sociedad tan competitiva como la actual, la palabra fracaso tiene un sesgo vergonzante, pareciendo que el éxito fuera extraño al fracaso. Pero la realidad es que en la composición de cada éxito, siempre hay un elemento imprescindible que no se puede evitar, que son los fracasos que le han precedido, tal como sabiamente afirmaba Charles Dickens: “…cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender”.
«Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender”.
Al echar la vista atrás en mi carrera profesional, una de las afirmaciones que más he repetido, sobre mi propia experiencia, es que mi mejor versión la alcanzo en situaciones de tensión y de máxima exigencia, sin embargo cuando el entorno está más tranquilo y soy menos exigido, mi prestación se resiente. Y la “prueba del nueve” de esto que comparto con vosotros es cada uno de los éxitos que puedo identificar en mi vida, como persona, directivo, formador o deportista, siempre han sido precedidos de un fracaso, cuyos aprendizajes supe incorporar a mi desempeño, además de servirme de alerta hacia el siguiente reto que tenía delante.
En relación al fracaso, un caso paradigmático sucede en Silicon Valley, lugar reconocido mundialmente como referencia de la innovación, donde se ubican las mayores corporaciones de tecnología a nivel mundial, además de miles de star-ups; allí se elogia lo que denominan el fail fast (fracasar deprisa), siendo objeto de deseo los emprendedores que hayan obtenido lecciones de sus errores, optimizando sus aprendizajes; hasta el extremo de ser común, antes de dar financiación o invertir en un proyecto, en vez de preguntarle al protagonista cuántas veces ha tenido éxito en sus negocios, le preguntan cuántas veces ha fracasado. Y si dice que nunca, no le financian. Gran alegoría de que nada enseña más que el fracaso, parte esencial del crecimiento y la evolución.
Fracasar es aquello que nos hace humanos.
El caso de Silicon Valley no es la excepción, sino la norma en el mundo anglosajón (EE.UU., Gran Bretaña, paises del norte de Europa, etc…) , dónde el fracaso no estigmatiza socialmente a quien lo protagoniza, quizás influenciados por el hecho de que América fuera descubierta por un gran error…
En los países latinos o de Europa del Sur, como España o Francia, protagonizar un fracaso es sinónimo de culpabilidad y estigmatización de quien lo sufre. Como ejemplo de lo anterior basta encuadrar la dificultad que tiene en este entorno la denominada “Ley de segunda oportunidad”, lo cual puede limitar los esfuerzos emprendedores de quien tuvo el handicap de arruinarse en una primera ocasión, marcándole de por vida.
Pero fracasar es aquello que nos hace humanos, esa es nuestra distinción como seres racionales que somos, los animales no fracasan, el oso elige siempre bien la cueva adecuada, el pájaro construye bien su nido y las telarañas siempre son perfectas.
El fantástico jugador de baloncesto, Michael Jordan, lo expresó muy bien: “…he fallado más de nueve mil tiros en mi carrera; he perdido casi trescientos partidos; veintiséis veces han confiado en mí para lanzar el tiro que ganaba el partido y lo he fallado. He fracasado una y otra vez en mi vida, y es por eso por lo que he tenido éxito.”
El peor de los errores, es el fracaso de no atreverse.
Pero no nos liemos, el fracaso es algo que por sí no ha de buscarse, pero sí entender que en la búsqueda de nuestro futuro o en nuestro desempeño, para alcanzar el verdadero éxito, se producirán fracasos que tenemos que vivir con aceptación, humildad y con la sabiduría necesaria para incorporar los aprendizajes necesarios.
Hay muchos casos que nos relatan como grandes triunfadores sufrieron fracasos de manera previa a su éxito: Einstein empezó a hablar a los cuatro años, a leer a los siete y abandonó la escuela a los quince; Steve Jobs, antes de Apple, fue despedido por sus propios socios de una empresa que creó; Spielberg fue rechazado hasta tres veces por la University of Shoutern California, llegando a abandonar sus estudios; Walt Disney fue despedido de un periódico en el que trabajó, acusado de falta de imaginación, etc… y así hasta cientos de otras curiosas historias que afectaron a personalidades tan exitosas como las de esta muestra.
Aunque suene extraño, no estoy loco al decir que, para crecer como personas y profesionales, en el ámbito personal, en nuestro oficio e, incluso, en nuestras aficiones, es obligatorio equivocarse, pero …¡atención!, sin quedarse solo en eso, porque lo que también es obligatorio es aprender de esos errores y fracasos, extrayendo aprendizajes.
Es obligatorio aprender de los fracasos, extrayendo aprendizajes.
Quienes me conocen, me habrán oido repetir una frase que utilizo mucho, que dice…”entre hacer y no hacer, siempre hacer”, la cual aplicada al campo que nos ocupa, podríamos decir que el peor de los errores, es el fracaso de no atreverse.
Además el fracaso, en sí mismo, es una buena escuela de vida, ya que nos hace más humildes, menos arrogantes, más empáticos, menos dogmáticos y limita los efectos de nuestros egos.
Quizás el mejor resumen de la importancia del fracaso en la composición de tu próximo éxito, resida en la celebre cita de Samuel Beckett: “…lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. Porque fracasar cada vez mejor es ya un éxito”.
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